domingo, 21 de febrero de 2010

Y tú, Crispín, mal hombre, el del tinglado de la farsa, violador de la Constitución y de las leyes.

¡Tú! Crispín, aprovechador de las influencias oficiales en favor de tus personales ambiciones y de las de tus parientes allegados y servidores.

¡Tú, Crispín, negociador mendicante de viles granjerías, robadas al bienestar de los afligidos que gimen en las cárceles!

¡Tú, violador del sagrado secreto de la correspondencia para aprovecharlo en tus negocios y maquinaciones políticas!

¡Tú, Crispín, que te disimulas mal por los pasillos de los ministerios, las administraciones y las pagadurías recogiendo los proventos de una administración complaciente para alimentar la inmensa caterva de los tíos, los sobrinos y los parientes!.

¡Tú, Crispín, que violas el sacrosanto silencio de las tumbas que no debiera ser perturbado para hacer cieno con las cenizas y tratar de arrojarlo contra mí creyendo, iluso, que me detendrías en el camino de la justicia!

¡Tú, calumniador sin imaginación que no has podido respaldar tus osados dichos sino con el anónimo!

¡Tú, sobre cuyos hombros pesa, y pesará eternamente, la tragedia horrible de una vida despedazada por tu codicia criminosa y a cuyos oídos llega el inextinguible reproche de tu delito que ha hecho víctima a un hogar inocente!

¡Tú, Crispín, que mancillas con tu presencia el senado, llenas el ámbito con la sombra de tus crímenes, has querido convertir la república en una cosa abyecta que no podamos venerar porque con tu inmerecida exaltación la envileces y rebajas y que no podrá volver a ser grande mientras te halles aquí sentado!.

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