Para definir legitimidad hay que entender la democracia, y creo que es redundante hablar de algo que todo el mundo toca en todas partes, siendo este más que un tema catedrático o de profundo análisis, lo vemos como algo vago, superficial, un simple sustantivo que adorna el discurso demagógico o intelectual.
Siempre confundimos a la legitimidad como un hecho exclusivo del aparato estatal, o como algo que nace exclusivamente del derecho, no podemos tergiversar más este termino que confundirlo con legalidad, la legitimidad es el alma del derecho, pero el derecho tiene una serie de vericuetos caóticos que distorsionan los conductos irregulares propios de la humanidad; pretender tecnificar al ser, es un absurdo llano y pleno, no hay nada más abstracto que el desarrollo del hombre en la sociedad, pero en ese intento de ejercicio humano, podemos encontrar cosas en común, cosas como los derechos naturales, la vida, la libertad, la familia, la fe y lo que caiga en el manojo de necesidades de la comunidad.
Pero aparecen enemigos de la sociedad, macabros personajes que transforman ese concepto de legitimidad como base para construir un desierto de incertidumbre y deformarlo en un leguleyo purulento concepto banal, desdeñando la justificación filosófica que esto contrae.
La legitimidad pretende la igualdad y la justicia social, pero siempre y cuando esté bien cimentada en bases ideológicas plenas, puras y concretas, para que tenga una buena solvencia en el albor político y popular.
El poder invisible son los que aprovechan la legitimidad dada del pueblo a alguien para derrochar poder, para generar opulencias innecesarias en un sector tan vulnerable como el público, y se retroalimentan de enemas intelectuales que perjudican a todos, desmeritando la función del poder y desprestigiando la oportunidad que tiene el personaje selecto democráticamente, manejan la confianza de los legítimos gobernantes para transformarse en un poder oculto, no visible a la opinión pública.
Para entrar a profundidad, y no redundar tanto, no ser tan tautológicos, hay que referir a la legitimidad y el poder invisible como el choque entre el bien y el mal, pero en este caso el bien es victima del mal, porque el primero da la cara por el segundo, y termina como mártir de las acusaciones de la misma legitimidad que lo encamina a las altas esferas del poder político, esa legitimidad que recae exclusivamente en el ciudadano, es el que señala y confronta la responsabilidad del soberano legitimo, sin tener la idea concreta de un velo de personas que ha construido ese poder invisible a cuestas de la legitimidad de un chivo expiatorio, acribillando la buena fe de los ciudadanos, desgarrando la funcionalidad propia de la política, y es de estos personajes que aparece la fama negativa de algo que tiene la importancia necesaria para entenderla, ejercerla y practicarla, me refiero a la cultura política, que se ha transformado, para comodidad publicitaria, en cultura ciudadana, al fin y al cabo el ciudadano es el buen político
Siempre confundimos a la legitimidad como un hecho exclusivo del aparato estatal, o como algo que nace exclusivamente del derecho, no podemos tergiversar más este termino que confundirlo con legalidad, la legitimidad es el alma del derecho, pero el derecho tiene una serie de vericuetos caóticos que distorsionan los conductos irregulares propios de la humanidad; pretender tecnificar al ser, es un absurdo llano y pleno, no hay nada más abstracto que el desarrollo del hombre en la sociedad, pero en ese intento de ejercicio humano, podemos encontrar cosas en común, cosas como los derechos naturales, la vida, la libertad, la familia, la fe y lo que caiga en el manojo de necesidades de la comunidad.
Pero aparecen enemigos de la sociedad, macabros personajes que transforman ese concepto de legitimidad como base para construir un desierto de incertidumbre y deformarlo en un leguleyo purulento concepto banal, desdeñando la justificación filosófica que esto contrae.
La legitimidad pretende la igualdad y la justicia social, pero siempre y cuando esté bien cimentada en bases ideológicas plenas, puras y concretas, para que tenga una buena solvencia en el albor político y popular.
El poder invisible son los que aprovechan la legitimidad dada del pueblo a alguien para derrochar poder, para generar opulencias innecesarias en un sector tan vulnerable como el público, y se retroalimentan de enemas intelectuales que perjudican a todos, desmeritando la función del poder y desprestigiando la oportunidad que tiene el personaje selecto democráticamente, manejan la confianza de los legítimos gobernantes para transformarse en un poder oculto, no visible a la opinión pública.
Para entrar a profundidad, y no redundar tanto, no ser tan tautológicos, hay que referir a la legitimidad y el poder invisible como el choque entre el bien y el mal, pero en este caso el bien es victima del mal, porque el primero da la cara por el segundo, y termina como mártir de las acusaciones de la misma legitimidad que lo encamina a las altas esferas del poder político, esa legitimidad que recae exclusivamente en el ciudadano, es el que señala y confronta la responsabilidad del soberano legitimo, sin tener la idea concreta de un velo de personas que ha construido ese poder invisible a cuestas de la legitimidad de un chivo expiatorio, acribillando la buena fe de los ciudadanos, desgarrando la funcionalidad propia de la política, y es de estos personajes que aparece la fama negativa de algo que tiene la importancia necesaria para entenderla, ejercerla y practicarla, me refiero a la cultura política, que se ha transformado, para comodidad publicitaria, en cultura ciudadana, al fin y al cabo el ciudadano es el buen político
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