«Estas disposiciones y cuidados de
nuestros predecesores favorecieron indudablemente no poco, con la ayuda
de Dios, a los indios y demás antes indicados, contra la ambición de los
empresarios y mercaderes cristianos, pero no tanto, sin embargo, que
esta Santa Sede tuviera motivos para felicitarse por el pleno éxito de
sus desvelos, puesto que el comercio de negros, aun cuando aminorado en
parte, es ejercido todavía por muchos cristianos. Por lo cual Nos,
anhelando vivamente apartar de toda tierra de cristianos un mal de tanta
enormidad, y examinando el asunto con toda madurez, después de haber
llamado a consulta a nuestros venerables hermanos los cardenales de la
Santa Iglesia Romana, siguiendo las huellas de nuestros predecesores,
advertimos con apostólica autoridad a todos los fieles cristianos de
cualquier condición y les amonestamos gravemente que nadie se atreva de
aquí en adelante a maltratar o despojar de sus bienes, o someter a
esclavitud, o prestar favor y ayuda a otros que tal hagan, o ejercer ese
inhumano comercio en que los negros, como si no fueran hombres, sino
pura y simplemente bestias, sometidos en todo caso a esclavitud, se
compran, se venden y se los dedica con frecuencia a trabajos pesados y
extenuadores sin distinción alguna y contra todo derecho de justicia y
de humanidad, y, además, antepuesta igualmente la razón del lucro,
mediante el comercio, los primeros ocupantes de los negros fomentan en
sus territorios disensiones y en cierto modo guerra perpetua. Así, pues,
Nos reprobamos con apostólica autoridad todo lo antedicho como
absolutamente indigno del nombre cristiano, y con la misma autoridad
prohibimos estrictamente y mandamos que ningún eclesiástico o laico
defienda como lícito, bajo cualquier pretexto o color, ese comercio de
los negros, o predique algo contra lo que aconsejamos en esta carta, o
presuma enseñarlo, como quiera que fuere, en público o privado.»
Gregorio XVI en In Supremo Apostolatus
viernes, 1 de junio de 2012
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