Sería una herejía política asegurar la inestabilidad de los partidos políticos y su perdida de legitimidad ante la sociedad civil, sería poner en riesgo el concepto más puro de la política y de sus orígenes sociales. Descartar la existencia de los partidos en la dirigencia de una Nación sólida y democrática sería un gran error para la estabilidad del sistema, los partidos políticos surgen con la intención de un poder político, y con el objetivo de orientar a las personas por la vertientes de la correcta interpretación ideológica que tiene cada grupo.
Ahora bien, los partidos políticos son la base de una democracia firme, y en constante desarrollo, donde su fin siempre se encamina a la interrelación del Estado organizado con la población civil, cavilando todo los estados del poder, pasando por la cultura propia de cada región y atacando constantemente la ignorancia política que aqueja algunos entes de la población.
Cómo un parte elemental de un sistema democrático, siempre se busca una representación en las altas esferas del poder, procurando conducir a sus seguidores por la institucionalidad y la legitimidad que debe afianzar a los partidos políticos a sus entes mayoritarios, es decir, que el poder políticos conseguido por los partidos políticos siempre debe ir canalizado a una clase de neutralidad ideológica sin excluir drásticamente sus pensamientos de base.
La gerencia pública es un estado natural de los seres vivientes, el hombre pudo darle un estudio filosófico y práctico y entonces nació la Política. Este modelo de forma de poder, o de ejercicio de poder, es la interacción de los gobernantes a sus gobernados, es el desarrollo de las formas políticas destinadas a la armonía social, a una estabilidad de clases y de fenómenos que transforman la ciudad política, por ende los partidos políticos son los encargados de velar, de prever y de corregir algún error posible en este medio de ejecutar el poder, y así ser el puente de la legalidad y la legitimidad.
Si seguimos en este orden de ideas, todo ser político tiene que ver con algún medio de poder, alguna búsqueda de relaciones jerárquicas de autoridad, por ende se necesita alguna conexión del gobierno para los gobernantes, un puente de interacción de intereses de las mayorías para sus dirigentes, es más, de los propios partidos políticos nacen los dirigentes públicos.
La dirigencia pública, es la figura del poder que debe relucir ante la opinión popular, es la concepción más deliberante del poder político, son los encargados de exponer el poder, de ejecutarlo y de hacerlo visible para el beneficio de las mayorías. Los partidos políticos deben regular a la dirigencia pública, utilizando el argumento de la legitimidad impuesta por sus partidarios, por su estado de veedor social ante posibles engaños democráticos.
La estampa de las intenciones propias de la dirigencia social, política y económica, que se resumen en los intereses colectivos, deben reflejar la esencia misma de los términos políticos y de ley; no hay que dejar a un lado que los grandes lideres son grandes administradores, los grandes caudillos nacen de los umbrales ideológicos e institucionales de un grupo definido, todo enmarcado en la constante reciprocidad que hay o debe haber las figuras públicas y las figuras privadas, me refiero a esto, que en un Estado liberal moderno, el concepto de privado debe estar ligado más que a un interés particular, a un interés de su base de ejecución o producción, debe vincular más a los lideres políticos, para formar política en su propia empresa, y formarlos para el ejercicio de las decisiones, y proclamar una cultura de políticas definidas en una escala justa y constante. Es decir, que cómo el sector público está en la obligación social de ser parte de los actores de poder, o sea democracia, el sector público está en el deber moral de inmiscuirse en los intereses de los individuos, y así formar más sociedad, construir un verdadero Estado de diferencias y libertades.
Ahora bien, la estabilidad de cada uno de estos preceptos políticos, lo qué es la dirigencia pública y los partidos políticos, debe estar siempre comprometida con la independencia de cada una, sin olvidar la responsabilidad social que tiene cada una de estas instancias, y procurando generar más fuente de solidez y legitimidad al Estado.
Conforme hay instancias del poder que generan inestabilidad, deben emerger las funciones principales de la gerencia pública y de los partidos políticos, deben unir fuerzas para evitar un colapso social y político, corregir y evitar algún defecto o desorden popular que pueda alterar la armonía del país.
Para un sistema político de origen democrático, donde el mástil de identidad y de poder está siempre en la voluntad popular, que el líder es el reflejo mismo de esa identidad, y el líder es la cabeza visible del gobierno publico, o de la gerencia pública, y que está profundamente vinculado a un legado de poder, de una jerarquía social, y por ende tiene como fin la protección a este dogma, entonces se origina la política y así los partidos políticos como gladiadores de la legitimidad nacida de la democracia, y así el poder emanado del pueblo sea para el bien común y no coercitivo y excluyente, para que la regencia del poder esté en las mejores manos, y no caiga en el circulo vicioso de eufemismos y maniqueísmos torpes que empantanen la coherente realización de una Nación unida, solida y legal, con oportunidades políticas y con libertades sociales, con una fuerza de integración y de solidaridad propia de los partidos políticos y de la energía de la autoridad pública.
Ahora bien, los partidos políticos son la base de una democracia firme, y en constante desarrollo, donde su fin siempre se encamina a la interrelación del Estado organizado con la población civil, cavilando todo los estados del poder, pasando por la cultura propia de cada región y atacando constantemente la ignorancia política que aqueja algunos entes de la población.
Cómo un parte elemental de un sistema democrático, siempre se busca una representación en las altas esferas del poder, procurando conducir a sus seguidores por la institucionalidad y la legitimidad que debe afianzar a los partidos políticos a sus entes mayoritarios, es decir, que el poder políticos conseguido por los partidos políticos siempre debe ir canalizado a una clase de neutralidad ideológica sin excluir drásticamente sus pensamientos de base.
La gerencia pública es un estado natural de los seres vivientes, el hombre pudo darle un estudio filosófico y práctico y entonces nació la Política. Este modelo de forma de poder, o de ejercicio de poder, es la interacción de los gobernantes a sus gobernados, es el desarrollo de las formas políticas destinadas a la armonía social, a una estabilidad de clases y de fenómenos que transforman la ciudad política, por ende los partidos políticos son los encargados de velar, de prever y de corregir algún error posible en este medio de ejecutar el poder, y así ser el puente de la legalidad y la legitimidad.
Si seguimos en este orden de ideas, todo ser político tiene que ver con algún medio de poder, alguna búsqueda de relaciones jerárquicas de autoridad, por ende se necesita alguna conexión del gobierno para los gobernantes, un puente de interacción de intereses de las mayorías para sus dirigentes, es más, de los propios partidos políticos nacen los dirigentes públicos.
La dirigencia pública, es la figura del poder que debe relucir ante la opinión popular, es la concepción más deliberante del poder político, son los encargados de exponer el poder, de ejecutarlo y de hacerlo visible para el beneficio de las mayorías. Los partidos políticos deben regular a la dirigencia pública, utilizando el argumento de la legitimidad impuesta por sus partidarios, por su estado de veedor social ante posibles engaños democráticos.
La estampa de las intenciones propias de la dirigencia social, política y económica, que se resumen en los intereses colectivos, deben reflejar la esencia misma de los términos políticos y de ley; no hay que dejar a un lado que los grandes lideres son grandes administradores, los grandes caudillos nacen de los umbrales ideológicos e institucionales de un grupo definido, todo enmarcado en la constante reciprocidad que hay o debe haber las figuras públicas y las figuras privadas, me refiero a esto, que en un Estado liberal moderno, el concepto de privado debe estar ligado más que a un interés particular, a un interés de su base de ejecución o producción, debe vincular más a los lideres políticos, para formar política en su propia empresa, y formarlos para el ejercicio de las decisiones, y proclamar una cultura de políticas definidas en una escala justa y constante. Es decir, que cómo el sector público está en la obligación social de ser parte de los actores de poder, o sea democracia, el sector público está en el deber moral de inmiscuirse en los intereses de los individuos, y así formar más sociedad, construir un verdadero Estado de diferencias y libertades.
Ahora bien, la estabilidad de cada uno de estos preceptos políticos, lo qué es la dirigencia pública y los partidos políticos, debe estar siempre comprometida con la independencia de cada una, sin olvidar la responsabilidad social que tiene cada una de estas instancias, y procurando generar más fuente de solidez y legitimidad al Estado.
Conforme hay instancias del poder que generan inestabilidad, deben emerger las funciones principales de la gerencia pública y de los partidos políticos, deben unir fuerzas para evitar un colapso social y político, corregir y evitar algún defecto o desorden popular que pueda alterar la armonía del país.
Para un sistema político de origen democrático, donde el mástil de identidad y de poder está siempre en la voluntad popular, que el líder es el reflejo mismo de esa identidad, y el líder es la cabeza visible del gobierno publico, o de la gerencia pública, y que está profundamente vinculado a un legado de poder, de una jerarquía social, y por ende tiene como fin la protección a este dogma, entonces se origina la política y así los partidos políticos como gladiadores de la legitimidad nacida de la democracia, y así el poder emanado del pueblo sea para el bien común y no coercitivo y excluyente, para que la regencia del poder esté en las mejores manos, y no caiga en el circulo vicioso de eufemismos y maniqueísmos torpes que empantanen la coherente realización de una Nación unida, solida y legal, con oportunidades políticas y con libertades sociales, con una fuerza de integración y de solidaridad propia de los partidos políticos y de la energía de la autoridad pública.
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