lunes, 1 de marzo de 2010

EVOLUCIÓN DEL NEOLIBERALISMO Y LA IZQUIERA EN AMERICA LATINA

Por razones históricas, el liberalismo y sus columnas de apoyo, la democracia y los mercados libres, vinieron tarde a muchos Estados latinoamericanos y han tenido historias difíciles en otros. Tradiciones centrales como la creencia de que la soberanía queda en el Estado nacional y que sólo los líderes fuertes pueden establecer orden parecían razonables en el momento de independencia cuando elites europeas eran el Estado en muchos sentidos y regían una población no educada.
Pero inmigración seguida, logros de educación y la necesidad de competir con el progreso económico de otros países llevaron cambios que desafiaron esas tradiciones. En partes de la región que han vivido durante mayor parte de su historia bajo la dictadura, una ola de democracia y reformas preliminares basadas en el mercado pasó rápidamente en los años ochenta. Ahora, todos los Estados americanos, con la excepción de Cuba, tienen elecciones competitivas y regímenes de comercio exterior más liberalizados.
Mas países que han sido democracias alrededor de los margines, han logrado avances en la protección de derechos humanos, libertad de expresión, y en esfuerzos preliminares de descentralización de la autoridad gobernante. Aún la Organización de Estados Americanos, una vez un club de dictaduras, ya es un poderoso foro para promover las libertades políticas y económicas a través de cambios democráticos.
Pero el colapso fiscal de Argentina, conflictos internos en Guatemala, y desacuerdo fomentado por el comportamiento dictatorial del presidente Hugo Chávez, de Venezuela, y caos en la nominal democracia de Haití, han hecho parecer que el liberalismo ha sido probado y está por ser rechazado por los pueblos de la región. Mientras los datos de sondeos de opinión pública de la firma Latinobarómetro muestran que los latinoamericanos favorecen claramente la democracia por encima de todos los otros sistemas, son muy desilusionados por los resultados.

Eso porque la democracia y mercados libres—los dos pilares de liberalismo—sólo han pasado por la primera generación de reformas—las elecciones de oficiales públicas y el reemplazo de estrategias económicas de sustituir importaciones con comercio más abierto al exterior. Sin una evolución continua, hay poco más que estas reformas pueden lograr para resultar en sociedades más libres y prósperas.
Privilegiando la estabilidad monetaria como supuesta condición de un crecimiento "saludable" y sustentado, las élites políticas y tecnocráticas provocaron el mayor proceso de concentración de renta, de exclusión social -en el sentido de exclusión de derechos, comenzando por el derecho al empleo formal-, de violencia urbana y rural y de debilitamiento rápido de sistemas políticos democráticos -conquistados con gran esfuerzo en los países- del continente.
Fue impuesta y consolidada la hegemonía del capital financiero, mediante programas de estabilización monetaria que no se basaron en el fortalecimiento estructural de nuestras economías -con crecimiento industrial y agrícola, desarrollo tecnológico propio, fortalecimiento de la capacidad adquisitiva del mercado interno, proyectos nacionales de construcción de sociedades democráticas y humanizadas-, sino en la atracción de capital especulativo mediante tasas de interés astronómicas. Tasas que, a su vez, imponen la parálisis prolongada de la economía, endeudamiento generalizado, incremento exponencial de la deuda pública y empobrecimiento generalizado de la población.
Esa corrosión de las bases sociales de la democracia conduce a la degradación de los sistemas políticos, anclados en economías y Estados financierizados, en máquinas de exclusión social capitaneadas por los ministerios económicos y por los bancos centrales y en élites corruptas, que aceleran la privatización del Estado. Éste se convierte en campo de una lucha feroz entre los intereses públicos y los privados, contando éstos con la promoción de gran parte de los gobiernos. Nuestros gobiernos son elogiados por las autoridades monetarias internacionales y rechazados por las opiniones públicas nacionales.

Esa corrosión del espíritu público lleva a un agotamiento de la legitimidad de los sistemas políticos, que, como los pescados, comienzan a podrirse por la cabeza del Estado, por las élites dominantes. "Autoridades" económicas que se revelan como simples agentes de instituciones financieras privadas. Gobernantes que compran votos de los parlamentarios. Militares que tutelan sistemas políticos que supuestamente son civiles y democráticos. Fortunas que se acumulan a costa del patrimonio público, superando todos los niveles de corrupción registrados en la historia de una élite latinoamericana reconocida como patrimonialista.

América Latina requiere una radical revolución democrática social, política y moral. Requiere la ruptura con las políticas del FMI y del Banco Mundial, con la afirmación de la soberanía de nuestros Estados, apoyados en la integración continental de México a Uruguay y en una amplia política de alianzas internacionales, que privilegie el sur del mundo, comenzando por China, por India y por África del Sur. Internamente eso requiere políticas de distribución de renta que hagan de la capacidad reprimida de consumo popular la palanca para la expansión productiva de la economía industrial y agrícola, para la generación de más empleos, para el despegue tecnológico y para la reconstrucción de sujetos sociales y políticos democráticos.
La revolución como una reforma y como una actitud ante presiones extrañas, es el surgimiento de la identidad Latinoamericana, donde sus pueblos pugnaban por alcanzar metas de derechos y de deberes políticos. En muchos países incorporaron a la vida nacional los fuertes núcleos de población marginada como lo eran los grupos indígenas. Ellos eran imprescindibles si se deseaba crear una verdadera nación y se encontraban que entre sus formas de vida, había un comunismo autóctono que podía ser asimilado por los americanos modernos. Todo ello se lanzó desde plataformas estructurales de la política, es decir, desde partidos políticos emergentes y con gran asimilación popular, cuyo plan se esboza con el antiimperialismo y la unidad, la nacionalización, la interamericanización del canal de Panamá y la solidaridad con todos los pueblos y clases oprimidas del mundo.
La segunda guerra mundial tuvo serias consecuencias en América latina. El imperialismo norteamericano fomentó la industrialización general y con ello una industria complementaria a los de los Estados unidos, acrecentando de nuevo el desarrollo de las burguesías nacionales latinoamericana sin permitir que escaparan de sus limites. El “avila-camachismo” y el “alemanismo” mexicano, así como el varguismo y el peronismo, al promover sus reformas sociales, hicieron el juego a estas necesidades de industrialización norteamericana. Aunque ambos lados se interesaron en las inversiones, fue diferente el sentido que dieron a las mismas.
La siguiente discusión latinoamericana se dirigió contra el poder inversionista por no destinar las ganancias producidas al desarrollo social de las naciones. Incluso se dijo que se abrió la coyuntura de las ayudas técnicas por parte de la URSS.
Una ola de movimientos golpistas se desataron en toda América Latina, en defensa de la libertad y la democracia y en contra del nacionalismo, bajo la excusa de que las libertades estaban amagadas por el comunismo oculto bajo el nacionalismo.

El conjunto de los cambios fue vigilado por los Estados Unidos, que se creían con la misión de guardar el orden en el mundo. Se pensó entonces que lo importante era la estabilidad continental que sólo podrían ofrecer gobiernos fuertes como los militares. Se exigió el 1 de marzo de 1954 en Caracas (OEA), una declaración de solidaridad para preservar la integridad política de los americanos contra la intervención del comunismo internacional. Esta fue una buena bandera del antitotalitarimso estadunidense en contra del totalitarismo comunista que servía para detener posibles perjuicios a viejos intereses, o a intereses que estaban creando.

La unidad y diversidad, vistas como expresión de la más auténtica universalidad, la universalidad que en vano ha enarbolado para sí la conquista y la colonización. Conciencia de la unidad de la diversidad de expresiones de la cultura latinoamericana, de una cultura que de cualquier forma va tomando conciencia de si misma. Es la respuesta a la vieja pregunta sobre la identidad latinoamericana al interrogarse sobre la existencia de un lenguaje, una filosofía y una cultura latinoamericana. Esto nos conlleva a la idea primitiva de la arma cultural, todo ese complejo intelectual exportado de Asia, nos obliga a pensar a las bellas artes como el único medio que tiene la ‘izquierda’ para poder trascender en la vida social del pueblo.

Web Site Tracking
serious relationship